Estaciono un milagro

No quiero escribirlo en versos porque a mi forma de escribir, obviaría muchos detalles.

La cosa es que yo estaba en una estación, como siempre, esperando  algún auto para detenerme a mirar el color o sus luces.  Esperando encontrar una moneda de 10 centavos o simplemente mojarme el antebrazo con alguna gota.

Estaba esperando. De a ratos miraba estrellas.

Ni  una fugaz. Ni un satélite.

Ahora imaginen mis ojos. Mirando al horizonte, Esperando escuchar un sonido que haga más dinámica la situación, para poder encontrar algo.

En ese tiempo, el tren había pasado hace rato.

Solo. Faltaban los fardos de película.

De pronto el cielo se puso gris, fue lo más emocionante en 5 horas. Se escondió el sol.

Y como ustedes saben, cuando se tapa el sol, el ser humano se vuelve loco. Empezas a buscar el porqué, el quien, el cómo.

Yo seguí esperando respuestas.

No me gustaba nada la idea de que haya algo sin mi consentimiento.

Pero no había nada.

De pronto, de ese cielo gris descendió una especie de ángel de pelo oscuro, con túnica negra y se poso sobre mí.

Le pregunto – ¿Quien sos?- y me calla con un silbido suave acompañado por su dedo que se acuesta en mis labios.

En eso, me acaricia la mejilla izquierda y su mano se aleja hacia atrás de su cuerpo. Me asuste. La mire detenidamente:

Sus ojos son hermosos. Su boca perfecta. Era imposible que me haga daño. Después de unos segundos, comprendí que me ofrecía con la misma mano derecha, un papel. Lo tome con mis dos manos y me lo quede mirando. Cuando alce mis ojos para peguntarle qué demonios pasaba, ella ya no estaba. Había desaparecido.

Me dio miedo la situación y sacudí la cabeza, me pellizque, me pegue, pero no. No estaba soñando.

Despacio, abrí el papel. Mire para la derecha e izquierda. Todo seguía vacio. La estación, las vías, el campo. Lentamente y para adentro leí lo que decía: “Serás vos el tren”